Cuando en una conferencia hablaba
de la necesaria introducción en la escuela de valores como el emprendimiento y
la gestión de la economía, alguien me decía, en evidente demostración de que no
se había enterado de lo que estaba exponiendo, que lo que pretendía era educar
a futuros empresarios y economistas. Pues no señores, hablo
de algo mucho más sencillo e importante a la vez: me refiero a que la educación
se acerque a la realidad, a lo cotidiano. Reflexiono sobre la necesidad de
educar en valores, como la responsabilidad, el esfuerzo, la implicación, la
solidaridad…
Desde nuestra Fundación venimos
apostando desde hace tiempo, y hemos elaborado las herramientas
correspondientes, por la formación económica
de los estudiantes de todos los niveles. El programa de innovación
educativa Escuela Activa incluye escuela financiera.
Y estos valores adquieren mayor importancia
cuando estamos atravesando una de las mayores crisis económicas de los últimos
decenios, acompañada de casos insoportables de corrupción que azotan la esencia
misma de los mismos; cuando estamos asistiendo a un exacerbado menoscabo del
principio de solidaridad de todo estado de derecho: escándalos de despilfarro y
apropiación indebida de estamentos, instituciones, asociaciones y
organizaciones sociales. ¿No será necesario que eduquemos para que esto se
convierta de una vez en excepción más que en norma de comportamiento, en
noticia diaria en todos los medios de comunicación?
Pero estas propuestas de educación financiera (o
como queramos llamarla) pierden todo su sentido si detrás de ellas no hay un esfuerzo
por parte de toda la comunidad educativa (padres, profesores, instituciones,
sociedad civil en general). Porque a todos atañe el éxito de todas estas
iniciativas. Así pues está en nuestras manos que nuestros hijos, nuestros
alumnos, asimilen de un modo correcto y
eficaz términos y comportamientos que les lleven a la tranquilidad económica
que, a lo mejor, muchos de nosotros no podemos asegurarles hoy por causas
propias o ajenas.
Lo que proponemos y en lo que estamos
trabajando es en que nuestros estudiantes conozcan conceptos elementales de lo
que es la economía, empezando por la doméstica, ¿o acaso no deben saber
nuestros hijos qué son gastos e ingresos, qué es una hipoteca, qué recibos
pagamos cada mes y qué es lo que se puede comprar y no en función de nuestra
capacidad de gasto?, ¿o no deben saber nuestros alumnos de qué recursos
disponemos, en qué los gastamos y cuál es su responsabilidad en el correcto uso
de los recursos? ¿o debemos mantenerlos en una urna de cristal ajenos a todo lo
real, esperando que sean mayores y se enteren de los mecanismos que rigen la sociedad en que viven?
¿Por qué no hacemos una apuesta por educar en
la verdad, en la realidad y contaremos con personas más responsables?, porque
no se trata de otra cosa que de poner en marcha
proyectos que cimienten las bases de un futuro más seguro para nuestros
jóvenes. Ni más ni menos.
La necesidad
de educar en estas cuestiones es una necesidad social, porque el contexto
económico internacional, unido a otros factores como el desconocimiento
generalizado de gran parte de la terminología financiera, causante, en gran
medida, de la dramática situación que viven hoy en día muchas familias, obliga
a poner en marcha proyectos que, desde un prisma educativo, cimenten las bases
de un futuro más seguro para nuestros jóvenes.
Si bien es cierto que ya existen medidas que tienen como objetivo
fundamental el desarrollo del pensamiento crítico de los más jóvenes en torno a
los conceptos financieros del día a día, es necesario seguir profundizando en
este tipo de iniciativas. No se trata únicamente de que los chicos/as sepan qué
es el ahorro, la diferencia entre el débito y el crédito, o a qué productos se
les aplica un determinado tipo de IVA. Debemos ser consecuentes y adoptar
objetivos educativos rigurosos que apuesten por la formación en valores. ¿Queremos
que nuestros hijos sepan al dedillo la definición de ahorro, o que sean buenos
ahorradores en el futuro? Por ahí me
muevo.
Por ello se antoja crucial la inserción de este tipo de programas en la
vida académica del alumno desde edades tempranas. Y no, insisto, no se trata de
crear nuevas asignaturas que sean susceptibles de cambio con la llegada de
nuevas legislaturas. Se trata de que el buen uso de la economía acompañe a los
estudiantes a lo largo de toda su formación. De este modo, conseguiremos que el
fin último de la educación (formar y enseñar)
acabe dando solución al gran problema de generaciones pasadas: el
desconocimiento y la inocencia económica.
Y si hay algo a lo que la crisis no
puede hacer frente es a la capacidad de reacción del ser humano. La sociedad
está tomando conciencia para evitar que
los riesgos económicos que, a día de hoy, siguen siendo noticia de actualidad,
tengan presencia en el futuro. Así, la formación y la educación económica
aparecen como el trayecto más seguro de cara a un mañana más estable. Y es que cuando de forma práctica, a
través de situaciones de la vida cotidiana, podemos hacer entender a nuestros
alumnos que la economía y sus factores no son conceptos abstractos sino que se
dan en su día a día y en el de sus familias, no estamos sino enseñando, por una
parte, y educando, por otra. O lo que es lo mismo: estamos caminando hacia el
futuro.
Vuelvo a insistir una vez más: el
no pacto en educación ha sido, es y será, si nada lo impide, la gran asignatura
pendiente de la democracia española. Las consecuencias de la falta de consenso
entre los distintos colores que configuran el mapa político español ha generado
el retraso educativo que arrastramos, y de lo que aquí hablo es una de sus
consecuencias, entre otras muchas.
No
es mi objetivo hacer una crítica vacía sobre el tratamiento de la enseñanza a
nivel gubernamental, por ello quiero focalizar mi atención en lo que
verdaderamente importa en esta materia: el alumnado.
Es evidente que resulta fundamental avanzar en la formación de
los más jóvenes con propuestas que apuesten por la innovación, los valores y el
pragmatismo. Por este motivo, toda iniciativa encaminada a conseguir que
nuestros alumnos adquieran los más elementales conocimientos de eso que denominamos economía
de andar por casa ayudará a forjar un
futuro económico productivo, responsable e independiente, que es tan importante
como necesario.
No se trata sólo de afianzar contenidos
teóricos: el desarrollo de actividades de carácter financiero debe llevar por
bandera la consigna del desarrollo de habilidades cognitivas, así como el
afianzamiento en la práctica de los valores educativos que, a buen seguro,
estarán muy presentes en el futuro profesional de los chicos/as.
Indudablemente, la solución por
la que se apuesta desde las instituciones es la correcta. Toda respuesta a un
problema enfocada desde un punto de vista pedagógico y útil supone una buena
noticia y un paso adelante en la formación de nuestros alumnos. Así, bienvenida
sea la Escuela Financiera a las aulas ¿Más vale tarde que nunca? En este caso,
no queda otra que decir que sí.
Reflexionemos.