Decir que el concepto educación ha perdido peso a lo largo de los años
es una obviedad. No entraré a analizar la dilapidación que han sufrido los
profesionales de la enseñanza de un tiempo a esta parte. Hoy quiero hablar,
simple y llanamente de lo que entiendo por educar.
Educar no es enseñar. Educar es, ante todo, una responsabilidad. Una
responsabilidad vista desde una perspectiva verdaderamente irresponsable si
consideramos que su campo de acción se limita únicamente a los muros de la
escuela. La educación como tal ha de estar presente en cada acción humana ya
sea realizada en el ámbito escolar o fuera de él. Es cierto que la enseñanza
reglada y los centros académicos tienen un peso fundamental en el desarrollo de
esta aptitud. Sin embargo, sería injusto eximir de este compromiso a otros
agentes de fundamental importancia: familias, instituciones, tú, yo.
Algebra, sintaxis, formulación, idiomas…Son aspectos que, sin lugar a
dudas, enriquecen la formación de nuestros hijos y los hacen más competentes de
cara a un futuro profesional. Estos contenidos, como tantos otros, son la base
de una pirámide formativa que debe tener en la cúspide una piedra angular
inequívoca: los valores.
El éxito educacional reside en los valores. La responsabilidad, el
esfuerzo o el respeto no se aprenden en la escuela. En este sentido, un entorno
involucrado resulta clave a la hora de educar. Porque eso es educar, al fin y
al cabo. Enseñar valores que sirvan de herramienta para asimilar contenidos.
Así pues, empecemos.
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