El fin social de la educación debe ser un gen inherente a
todos y cada uno de los centros de enseñanza, reglada o no. Ha llegado el
momento de dar un golpe de atención sobre el rumbo educativo de nuestro país.
Debemos hacer frente de forma coherente y práctica a las terribles cifras de fracaso escolar por medio de proyectos educativos que dejen de lado doctrinas alejadas
de la realidad social española. Seamos realistas y afrontemos el problema de la
educación con valor, pero sobre todo,
con criterio.
La educación española ha tomado un rumbo muy peligroso.
Desde un punto de vista metafórico, la enseñanza de nuestro país ha emprendido
un viaje hacia un desconocido desierto cargada con un tremendo macuto de
herramientas inútiles y olvidándose los más que necesarios víveres de agua que
le permitan, simplemente, sobrevivir.
Y es que mientras que con cada cambio de legislatura se
discuten y modifican aspectos que lo único que generan es un tremendo descontento social, al mismo tiempo, los organismos gubernamentales se olvidan
un poco más del fin último, y a la vez primero, de la educación: el alumno.
¿Cómo afrontar esta travesía por el desierto? Pues bien,
antes de emprender cualquier camino a ninguna parte es fundamental sentarse,
dialogar y llegar a un punto de encuentro. Es por ello que el consenso se
antoja más que fundamental para poner fin a un problema que no nos lleva a
ningún lado y en el que, al final, el único perjudicado es el estudiante.
Volviendo al primer párrafo, es el momento de actuar con
valor y con criterio. Ha llegado la hora de devolverle protagonismo a todos
esos jóvenes que necesitan proyectos educativos que, basados en valores de
futuro, les permitan acceder en un entorno profesional solvente.
¿Les dejaremos vagar por el desierto a su suerte? Por la
educación, por los valores, actuemos.
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