FRACASO ESCOLAR:
¿Una enfermedad de nuestro tiempo?
Reflexionemos, si les parece, porque creo que es momento de hacerlo, sobre el Fracaso Escolar. Son muchas las familias que en estos días están recibiendo los boletines de calificaciones de sus hijos y, en muchos casos, aun esperando que así fuera, se enfrentan a una realidad: han suspendido alguna o alguna materias.
El término fracaso se nos antoja duro, pero debemos
perder el miedo: fracasar en la consecución de una meta no es ninguna
enfermedad incurable, ni siquiera debe convertirse en enfermedad si actuamos a
tiempo: es una situación temporal a la que debemos hacer frente en el momento
adecuado tomando las medidas necesarias.
Lo importante, si me
lo admiten, no es que nuestro hijo haya suspendido una o varias materias:
soluciones hay para que las supere en septiembre; lo importante es el porqué y
si el próximo curso ocurrirá lo mismo.
Pero cuando nos
ponemos a analizar esos porqués enseguida encontramos un culpable- nosotros
tendemos a excluirnos y, en menor medida, también excusamos a nuestros hijos -:
“es que los profesores no están preparados; “es que el sistema educativo no
funciona”; “es que ese colegio no me convence, les exige muy poco”; “es que
este chico es inteligente, pero muy vago, si le ayudaran más…” “porque nosotros
hacemos lo podemos”….
No me voy a extender
en matizar esas respuestas, solamente voy a hacer una pregunta: ¿No les parece
que cuando en un país el 33% de los estudiantes no terminan la Educación Secundaria
Obligatoria (un 31 % en Aragón), cuando son cada vez más los alumnos
escolarizados que no alcanzan los niveles básicos de operaciones matemáticas,
comprensión oral y escrita, cuando es cada vez mayor el absentismo escolar y
cada vez son más los alumnos que acuden a los psicólogos… todos somos un poco
culpables- sistema educativo, padres, alumnos, profesores…-? Todos; y todos debemos
reflexionar e interactuar: profesores, educadores, familias,
instituciones…porque el problema no es baladí.
Permítanme otros
interrogantes: ¿no será más fácil que atajemos estas situaciones si comenzamos
con los niños en edad temprana, desde primaria, cuando disponemos de mucho más
margen de actuación?, ¿no deberemos plantearnos si la ESO está cumpliendo sus
objetivos iniciales?, ¿no será necesario replantear la calidad y cantidad de
las asignaturas curriculares del bachillerato y cuáles son los objetivos que se
persiguen con ellas? Y por último, ¿por qué el 50 % de los alumnos que ingresan
en la universidad no terminan sus estudios?
Desde el
punto de los padres, entiendo que las familias son el
núcleo base para la formación de sus hijos. Los padres que no realicen un
esfuerzo por comprender que la formación es clave para dirigir y orientar los
anhelos de sus hijos en el ámbito de la escuela, pueden verse avocados a
padecer el fracaso escolar. Existe un déficit de control por parte de los
padres a causa, en muchos de los casos, de la dificultad para conciliar vida
laboral y familiar, ya que ambos miembros de unidad familiar trabajan y, por consiguiente,
no dedican el tiempo suficiente.
Los profesores y educadores tampoco debemos abstraernos del
problema: alguna responsabilidad tendremos cuando un alto porcentaje de
nuestros alumnos padecen situaciones de fracaso escolar; cuando a veces nos
vanagloriamos de nuestro nivel de exigencia medido por el alto porcentaje de
suspensos.
Y las administraciones, que tantos recursos están
invirtiendo en educación deberán preguntarse si las inversiones van en el
camino correcto, porque el hecho evidente es que el fracaso escolar, lejos de
disminuir, va en aumento: ¿será acertada la política de promocionar de curso a
alumnos que no han superado los conocimientos básicos del curso anterior?,
¿estamos seguros de que eliminar las pruebas de septiembre beneficia al alumno? Insisto: debemos buscar, entre todos, soluciones y ponernos
a trabajar.
Entre los factores que influyen en
el fracaso escolar citaré, a modo de inventario, algunos que me parecen
determinantes:
Ausencia
de valores: el esfuerzo, el sacrificio, la educación, están ausentes en
muchos de nuestros hijos en edad escolar. La sociedad premia aparentemente
conductas oportunistas y salidas fáciles que son modelos demoledores para
nuestros jóvenes.
- Grandes dificultades de comprensión lectora y oral y bajo nivel léxico.
- Falta de hábitos de estudio- no sólo de técnicas- unida a una mayor dificultad para realizar lo que cuesta esfuerzo, máxime cuando se carece de falta de base.
- Déficit de atención y concentración.
- Baja autoestima personal y académica.
- Falta de autonomía en la programación de las tareas y el estudio.
Debemos tener en cuenta que los resultados
escolares no dependen exclusivamente de las capacidades, sino más bien de los
hábitos de estudio, del trabajo
constante y ordenado, de la recuperación de la autoestima, de la adquisición de
los conocimientos necesarios que posibiliten dar un paso más en el mundo del
conocimiento (¡Qué complicado es entender las matemáticas de 4º de la ESO si, no superando las de 3º, promocionó de curso!).
Y en lo que respecta al ámbito familiar, estas pueden ser algunas
estrategias: nunca debemos perder el principio de autoridad (ellos están en
edad de equivocarse); educar en la responsabilidad (concepto clave); apoyar en
las tareas escolares (hay que conjurar el enemigo tiempo); poner franjas de
utilización a los juegos y nuevas tecnologías, así como buscar el equilibrio
entre ocio y tempo libre y trabajo académico; fomentar la autoestima y vencer
el derrotismo; controlar el ambiente en que se desenvuelve; motivar (siempre a
través del esfuerzo); encontrar tiempo – otra vez el fantasma- para la relación
padres/hijos (no estar en constante lucha)…
Este artículo no ha sido sino una invitación a la reflexión sobre ¿una
enfermedad de nuestro tiempo?
Presidente de la Fundación Piquer
y Director del Colegio de Verano Piquer