Hoy quiero ceder mi espacio a un buen amigo, Carlos Hué. El Psicólogo y Doctor en Ciencias de la Educación nos plantea en su artículo titulado "Escuela…, y despensa, para el siglo XXI" una gran pregunta con una complicada y controvertida respuesta: "¿por qué cuando suspenden los alumnos hablamos de fracaso escolar y cuando los estudiantes que aprueban no se colocan no se habla de fracaso del sistema?" Las necesidades han cambiado en el Siglo XXI, pero parece ser que nuestro sistema educativo, a pesar de las sucesiva e interminables reformas, no quiere mirar hacia el progreso y el nuevo panorama laboral.
Escuela…, y despensa, para el
siglo XXI
Carlos Hué
Un año más,
al terminar el curso, una pléyade de estudiantes universitarios y de formación
profesional que habrá aprobado todo saldrá al mercado laboral. Por otro lado,
un año más, llegarán a casa los suspensos de fin de curso y se volverá a hablar
de fracaso escolar de los alumnos. Y, yo me pregunto, ¿por qué cuando suspenden
los alumnos hablamos de fracaso escolar y cuando los estudiantes que aprueban
no se colocan no se habla de fracaso del sistema?
Alumnos de primaria en Lleida, en la década de 1950 - EFE |
Esta
comparación me lleva a reflexionar sobre la finalidad de la educación. Si nos
remontamos a los orígenes veremos cómo en el Paleolítico los cazadores se
llevaban consigo a sus hijos para conseguir que aprendieran a cazar. No me
imagino al cazador examinando, ni aprobando, ni suspendiendo a su hijo; tampoco
me lo imagino poniéndole deberes, ni dejándole parte de su aprendizaje para
septiembre. La finalidad de la educación no era otra que su hijo obtuviera
cuanto antes la independencia económica, para que consiguiera emanciparse de la
caverna familiar y fundar su propia familia. Ésta tendría que ser la primera
finalidad de la educación hoy y tendría que ser, por tanto, el criterio para
determinar si un sistema educativo aprueba o suspende, si tenemos o no fracaso
escolar del sistema.
Sin embargo,
las familias, a lo largo de los años de la escolarización de sus hijos, casi
sólo se preocupan de las notas o si han hecho bien los exámenes. Pero, si
analizamos lo que se estudia en los centros educativos, veremos que se
encuentran anclados en el pasado; son currículos basados en el Trivium y el
Quadrivium, las siete artes y ciencias de la Edad Media, que fueron
transformados en asignaturas en el siglo XIX con la democratización de la educación
para dar respuesta a las necesidades de la Revolución Industrial. Por este
motivo, los estudiantes que aprueban con estas enseñanzas no se colocan
fácilmente pues las necesidades del siglo XXI han cambiado, son muy diferentes.
Estas necesidades son distintas, no sólo porque estamos en la sociedad de la
información y la comunicación, no sólo porque los procesos productivos se han
especializado como consecuencia de los avances tecnológicos, sino
fundamentalmente por efecto de la globalización económica.
La
globalización ha hecho que comamos patatas producidas en Argentina, que nos
vistamos con ropa traída de la India o que tengamos coches producidos en Corea
del Sur. Éstas serían, por tanto, las asignaturas fundamentales del currículo
del siglo XXI, tanto en las enseñanzas básicas, en primaria y secundaria, como
en las enseñanzas superiores y universitarias: TIC, lenguas, tecnologías
avanzadas y globalización de mercados. Sin embargo, seguimos empeñados, reforma
tras reforma, en no reformar nada y así tenemos seis millones de personas en
paro camino de los siete millones.
La educación
debe servir a la sociedad y no sólo al propio sistema educativo que la
sustenta. Evidentemente, que la educación debe ser transmisora de valores, pero
yo pediría que junto a la ética, a la solidaridad, al respeto, al esfuerzo, se
enseñara a desarrollar la creatividad en investigación, en innovación, en
empresa; se aprendiera comprar y vender desde pequeños, ya que en un mundo
globalizado el que maneja las claves de la economía encuentra empleo con
facilidad; se consiguiera un mayor nivel de comunicabilidad a través del manejo
de diversas lenguas y desde la tolerancia y aceptación de otras formas de
entender el mundo, la religión, los valores.
Aunque no lo parezca, estos niños están en la escuela. Colegio Vittra en Estocolmo |
Ahora bien,
si nuestro sistema educativo, si las familias, los políticos, los
administradores, los profesores y maestros seguimos defendiendo un currículo
del siglo XIX seguirá ocurriendo lo que hoy nos pasa: sólo se colocan los que
tienen influencias o contactos. Los demás serán, seremos, carne de paro.
Yo
personalmente creo que otro sistema educativo es posible y que ese nuevo
sistema entenderá, como lo hiciera el cazador del Paleolítico, que el fin de la
educación es la independencia y que ésta pasa por el aprendizaje para el
empleo, bien por cuenta ajena, bien por cuenta propia.
Pero no
crean que esta idea es nueva, no. Esta idea viene ya desde el siglo XVIII con
Rousseau cuando nos hablaba de una educación natural y adaptada a las
necesidades reales, o desde el siglo XIX con la Institución Libre de Enseñanza,
o con las aportaciones de comienzos del siglo XX con el pensamiento de “Escuela
y Despensa” de Joaquín Costa, la educación liberadora de Paolo Freire o la
introducción de la cooperativa escolar hecha por el comunista Freinet.
Un ejemplo
de este cambio en la enseñanza lo pudimos ver en los alrededores del Patio de
la Infanta de Ibercaja en Zaragoza que, junto al INAEM y el Departamento de
Educación, ayuda a chicos de 5º curso de Educación Primaria en el programa
“Aprender a emprender” a crear nuevas cooperativas. Aprenden así, junto al
resto de otros conocimientos, las claves de los mercados. Seguro que de entre
ellos saldrán futuros empresarios que consigan empleo para sí mismos y para
otras personas. Por todo lo anterior, mis mejores deseos de empleo a esa nueva
generación de jóvenes recién llegados al mercado laboral.
* Psicólogo
y Doctor en Ciencias de la Educación