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viernes, 12 de julio de 2013

Escuela…, y despensa, para el siglo XXI. Carlos Hué

Hoy quiero ceder mi espacio a un buen amigo, Carlos Hué. El Psicólogo y Doctor en Ciencias de la Educación nos plantea en su artículo titulado "Escuela…, y despensa, para el siglo XXI"  una gran pregunta con una complicada y controvertida respuesta: "¿por qué cuando suspenden los alumnos hablamos de fracaso escolar y cuando los estudiantes que aprueban no se colocan no se habla de fracaso del sistema?" Las necesidades han cambiado en el Siglo XXI, pero parece ser que nuestro sistema educativo, a pesar de las sucesiva e interminables reformas, no quiere mirar hacia el progreso y el nuevo panorama laboral.

Escuela…, y despensa, para el siglo XXI
Carlos Hué

Un año más, al terminar el curso, una pléyade de estudiantes universitarios y de formación profesional que habrá aprobado todo saldrá al mercado laboral. Por otro lado, un año más, llegarán a casa los suspensos de fin de curso y se volverá a hablar de fracaso escolar de los alumnos. Y, yo me pregunto, ¿por qué cuando suspenden los alumnos hablamos de fracaso escolar y cuando los estudiantes que aprueban no se colocan no se habla de fracaso del sistema?


 Alumnos de primaria en Lleida, en la década de 1950 - EFE
Esta comparación me lleva a reflexionar sobre la finalidad de la educación. Si nos remontamos a los orígenes veremos cómo en el Paleolítico los cazadores se llevaban consigo a sus hijos para conseguir que aprendieran a cazar. No me imagino al cazador examinando, ni aprobando, ni suspendiendo a su hijo; tampoco me lo imagino poniéndole deberes, ni dejándole parte de su aprendizaje para septiembre. La finalidad de la educación no era otra que su hijo obtuviera cuanto antes la independencia económica, para que consiguiera emanciparse de la caverna familiar y fundar su propia familia. Ésta tendría que ser la primera finalidad de la educación hoy y tendría que ser, por tanto, el criterio para determinar si un sistema educativo aprueba o suspende, si tenemos o no fracaso escolar del sistema.

Sin embargo, las familias, a lo largo de los años de la escolarización de sus hijos, casi sólo se preocupan de las notas o si han hecho bien los exámenes. Pero, si analizamos lo que se estudia en los centros educativos, veremos que se encuentran anclados en el pasado; son currículos basados en el Trivium y el Quadrivium, las siete artes y ciencias de la Edad Media, que fueron transformados en asignaturas en el siglo XIX con la democratización de la educación para dar respuesta a las necesidades de la Revolución Industrial. Por este motivo, los estudiantes que aprueban con estas enseñanzas no se colocan fácilmente pues las necesidades del siglo XXI han cambiado, son muy diferentes. Estas necesidades son distintas, no sólo porque estamos en la sociedad de la información y la comunicación, no sólo porque los procesos productivos se han especializado como consecuencia de los avances tecnológicos, sino fundamentalmente por efecto de la globalización económica.

La globalización ha hecho que comamos patatas producidas en Argentina, que nos vistamos con ropa traída de la India o que tengamos coches producidos en Corea del Sur. Éstas serían, por tanto, las asignaturas fundamentales del currículo del siglo XXI, tanto en las enseñanzas básicas, en primaria y secundaria, como en las enseñanzas superiores y universitarias: TIC, lenguas, tecnologías avanzadas y globalización de mercados. Sin embargo, seguimos empeñados, reforma tras reforma, en no reformar nada y así tenemos seis millones de personas en paro camino de los siete millones.

La educación debe servir a la sociedad y no sólo al propio sistema educativo que la sustenta. Evidentemente, que la educación debe ser transmisora de valores, pero yo pediría que junto a la ética, a la solidaridad, al respeto, al esfuerzo, se enseñara a desarrollar la creatividad en investigación, en innovación, en empresa; se aprendiera comprar y vender desde pequeños, ya que en un mundo globalizado el que maneja las claves de la economía encuentra empleo con facilidad; se consiguiera un mayor nivel de comunicabilidad a través del manejo de diversas lenguas y desde la tolerancia y aceptación de otras formas de entender el mundo, la religión, los valores.

Aunque no lo parezca, estos niños están en la escuela. Colegio Vittra en Estocolmo 
Ahora bien, si nuestro sistema educativo, si las familias, los políticos, los administradores, los profesores y maestros seguimos defendiendo un currículo del siglo XIX seguirá ocurriendo lo que hoy nos pasa: sólo se colocan los que tienen influencias o contactos. Los demás serán, seremos, carne de paro.
Yo personalmente creo que otro sistema educativo es posible y que ese nuevo sistema entenderá, como lo hiciera el cazador del Paleolítico, que el fin de la educación es la independencia y que ésta pasa por el aprendizaje para el empleo, bien por cuenta ajena, bien por cuenta propia.

Pero no crean que esta idea es nueva, no. Esta idea viene ya desde el siglo XVIII con Rousseau cuando nos hablaba de una educación natural y adaptada a las necesidades reales, o desde el siglo XIX con la Institución Libre de Enseñanza, o con las aportaciones de comienzos del siglo XX con el pensamiento de “Escuela y Despensa” de Joaquín Costa, la educación liberadora de Paolo Freire o la introducción de la cooperativa escolar hecha por el comunista Freinet.

Un ejemplo de este cambio en la enseñanza lo pudimos ver en los alrededores del Patio de la Infanta de Ibercaja en Zaragoza que, junto al INAEM y el Departamento de Educación, ayuda a chicos de 5º curso de Educación Primaria en el programa “Aprender a emprender” a crear nuevas cooperativas. Aprenden así, junto al resto de otros conocimientos, las claves de los mercados. Seguro que de entre ellos saldrán futuros empresarios que consigan empleo para sí mismos y para otras personas. Por todo lo anterior, mis mejores deseos de empleo a esa nueva generación de jóvenes recién llegados al mercado laboral.

* Psicólogo y Doctor en Ciencias de la Educación

jueves, 4 de julio de 2013

De la escuela emocional

   Me gustaría recordar con vosotros un artículo que escribí el año pasado pero que creo que está de completamente vigente.  Hoy lo recordaba en el Colegio de Verano Piquer, donde muchos chicos y chicas necesitan, ya no sólo ayuda académica, sino también una orientación para aprender a controlar sus emociones que les ayude a afrontar mejor los problemas del día a día. 


De la escuela emocional



   Pero ¿qué es eso de la Educación Emocional y para qué sirve, vamos a introducir otra nueva asignatura, no quedamos en que debemos trasmitir conocimientos…? Estas y otras son preguntas que se me han planteado en varias ocasiones por parte de padres y alumnos: intentaré clarificar, porque estamos hablando de algo que es consustancial a la educación de nuestros hijos e imprescindible para la dimensión personal y social del individuo.


“En la actualidad dejamos librada al azar la educación emocional de nuestros hijos, con resultados cada vez más desastrosos. Una solución consiste en tener una nueva visión de lo que las escuelas puedan hacer para educar al alumno como un todo, reuniendo mente y corazón en el aula”. Con esta cita del psicólogo Daniel Goleman (1995) clausuré el pasado 23 de febrero la III Jornada “propuestas a los retos de la escuela de hoy: EducaciónEmocional” en la que pudimos escuchar una magistral conferencia del profesor Rafael Bisquerra sobre le educación emocional en la escuela del futuro.

Hay aspectos de las relaciones humanas que ni se adquieren espontáneamente ni son innatas, requieren trabajarlas, ser objeto de “educarse”. Que esto no sea así tiene consecuencias posteriores, cuando el alumno sale de las aulas y se enfrenta a la sociedad real en todos sus campos, incluido el laboral. Porque reconozcamos que son muchos los jóvenes a los que les cuesta no sólo relacionarse con los demás, sino también exteriorizar sus propios sentimientos.


"La educación necesita tanto de formación técnica, científica y profesional como de sueños y utopía"
Partamos de que una educación integral (y, si no lo es, podremos hablar de enseñanza o enseñanzas, no de educación) debe poner en relación el desarrollo cognitivo y el emocional, la mente y el sentimiento: ambos son esenciales para el desarrollo de la personalidad. Por ello, deben desarrollarse conocimientos y habilidades sobre las emociones que capaciten al individuo para afrontar mejor los problemas que se le plantean en el día a día. Porque este tipo de educación debe perseguir aumentar el bienestar personal y social y es un proceso educativo continuo y permanente, no solo a lo largo del periodo de escolarización, sino a lo largo de toda la vida. Debemos conseguir personas emocionalmente inteligentes. ¿O no estamos padeciendo verdaderos problemas de integración/adaptación, de comunicación interpersonal, de habilidades sociales?

Y no se trata de otra cosa que de conocer nuestras propias emociones y controlarlas; identificar las de los demás, asimilarlas y respetarlas: lo que nos posibilita nuestra relación con los otros. Se trata de que eduquemos para la vida (tiene que ver mucho con los valores) y ello implica fomentar actitudes positivas ante las situaciones cotidianas, desarrollar habilidades sociales (empatía) y estrategias para generar emociones positivas: la automotivación, la resistencia a la frustración , el desarrollo del sentido del humor, la disminución de la ansiedad, del estrés, de los desórdenes fisiológicos ( anorexia, bulimia, exceso de peso…)

La educación emocional abarca pues competencias básicas, tanto en el ámbito intrapersonal (YO) como en el interpersonal (LOS OTROS). En el primero: el esfuerzo mediante el rendimiento, la autodisciplina, el cumplimiento de obligaciones, la iniciativa, la adaptabilidad… En el segundo: la sociabilidad, la imaginación, la creatividad, la conciencia organizacional, la comunicación, la resolución de conflictos, el trabajo en equipo, el liderazgo, la colaboración.
No se trata, respondiendo a aquella pregunta, de una asignatura más, se trata de la ASIGNATURA (¿pendiente?) que da sentido completo al hecho educativo. Transmitimos conocimientos (enseñamos), pero esa transmisión se realiza en un contexto (escolar, familiar, social) con un fin (preparar para la vida); y para conseguir ese objetivo debemos posibilitar todas aquellas estrategias que ayuden al alumno (o hijo, o ciudadano) a desarrollar sus emociones, sus sentimientos, sus posibilidades en un escenario que fomente el desarrollo de esas habilidades en relación con los demás. Porque aquí es donde el concepto educación adquiere su valor integral.

No en vano hablaba Ortega de la dimensión social del individuo y del lenguaje (comunicación) como principal vehículo de socialización.

Nada más y nada menos.