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miércoles, 20 de mayo de 2015

Disciplina y escuela


¡Cuánto tiempo llevamos perdido por el temor a las palabras, por identificar los términos con lo que connotan y no con lo que realmente significan! Porque resulta que disciplina es un concepto “militarista”, “dictatorial”, más propio de otros tiempos que de la época en que vivimos. Y ¿qué época vivimos? Creo que el juez Calatayud me permitirá que trascriba algunas de sus palabras, pronunciadas en una magistral ponencia que realizó recientemente en Zaragoza bajo el epígrafe Justicia y educación: “Hemos evolucionado mucho en muy poco tiempo. La traducción en el ámbito de la educación de esa gigantesca transformación es el siguiente: hemos pasado del padre autoritario, del padre preconstitucional, a la corriente psicopedagógica según la cual hay que dialogar, hay que argumentar y hay que razonar todo con nuestros hijos. Pero, como en España no tenemos término medio, hemos dejado atrás a los padres autoritarios y nos hemos convertido en colegas de nuestros hijos: de un extremo, al opuesto. Y no somos colegas de nuestros hijos. Somos sus padres y punto.”

Y es cierto: porque son tantos los mensajes, muchas veces contradictorios que nos llegan, que padecemos desorientación. Aquí no se trata de que todo se dialogue o todo se imponga: sencillamente se trata de que el sentido común impere. Porque toda convivencia, toda relación humana, todo colectivo se rige por normas sin las que las relaciones serían simplemente imposibles. La clara diferenciación de los roles de unos y otros, el respeto, la responsabilidad, la implicación, el compromiso, la asunción de obligaciones, el cumplimento de horarios y tareas, son valores educativos irrenunciables. Añadía el juez: “Nuestros menores conocen y ejercen todos sus derechos, que no son pocos. Pero no saben nada de deberes. Y los tienen”; es precisamente la exigencia de esos deberes lo que debemos demandar a nuestros hijos – y a nuestros alumnos-.

Pero cuidado: se predica también con el ejemplo: y educar en valores supone “practicarlos”, “dar ejemplo”. La autoexigencia con uno mismo es un vehículo esencial de liderazgo, aplicable también al profesorado y aquí conviene de nuevo insistir en los términos y clarificarlos nítidamente: porque no es lo mismo poder que autoridad (con las leyes se puede ejercer poder, pero no autoridad, ni mucho menos adquirir carisma). Qué equivocados están aquellos docentes que piensan que yendo de “colegas” consiguen ganarse a los alumnos porque al final, cuando quieren rectificar- siempre- ya no tiene remedio y entonces, sus errores, nos salpican a todos.

La autoridad en la escuela, lo que se denomina autoridad práctica, se fundamenta en normas concretas de conducta para un comportamiento social e individual e incluye la disciplina y el orden en el centro escolar. Como decía el profesor Laporta: “sin orden en el aula y en el centro será imposible cumplir el propósito educativo: el seguimiento de las reglas en una sociedad es condición necesaria para desarrollar un proyecto personal de vida”. Efectivamente, a respetar las reglas debe aprenderse en la escuela y en la familia. Ni el profesor puede pasar quince minutos de su clase en un rifirrafe con los alumnos, ni los padres en continua tensión poniendo en cuestión las normas del colegio delante de sus propios hijos cuando, en muchos casos, se quejan de que ellos mismos “son incapaces” de conseguir de que en casa cumplan las que les corresponden. Seamos conscientes de aquí nos jugamos mucho y pongámonos manos a la obra. Y no están los tiempos para dar largas a la toma de decisiones: de nuevo insisto en que aquí todos somos culpables.


¡Cuánta irracionalidad!

miércoles, 13 de mayo de 2015

Para docentes



El tema de hoy nos lleva directamente a la perspectiva del docente y quiero exponer, desde mi humilde experiencia en el ámbito de la enseñanza, una serie de pautas que sirvan de ayuda para el día a día dentro de las aulas y que os hagan disfrutar todavía más de lo que significa la educación.

Algo básico en una profesión que se basa principalmente en enseñar a los demás es evaluar la propia labor que desempeñamos. Está claro que nadie nace aprendido y que sólo por el hecho de ser profesor no somos poseedores de un método infalible y sin fisuras. La calidad de la enseñanza, como prácticamente todo en la vida, está sujeta a un proceso empírico que se va puliendo con los años y que necesita una constante revisión y adaptación. Es importante parar y autocriticarse, aunque a veces no nos siente bien.

Y así como lo hacemos nosotros, el alumnado debería hacer lo mismo en sus labores. Aprender a escuchar y desarrollar una conciencia de autocrítica son pilares maestros en su desarrollo. Esto les va a ayudar a generar su propio juicio, a crecer como personas y a crear sus propias ideas. Nuestra misión radica en impulsar este tipo de  razonamientos independientes, que sean los alumnos los que se planteen sus propios puntos de vista y saquen conclusiones de ello.

Lo que hemos dicho está muy bien, sabemos qué es lo mejor para nuestra clase pero, ¿cómo lo ponemos en práctica? Muy sencillo, generando duda y preguntando. Lo mejor que podemos hacer por nuestros alumnos es hacer que piensen, que razonen, que abran su mente hacia nuevas perspectivas y que tengan interés por ello. ¿Qué mejor manera que priorizar la asociación de conceptos? La memoria es algo fundamental para conseguir una buena asimilación de contenidos pero, sin duda alguna, resulta más efectivo conseguir la compresión de la materia relacionando ideas.

Un buen consejo para lograr estas metas consiste en el trabajo en equipo. El ser humanos es un ser social por naturaleza y con el componente de interacción adecuado se pueden alcanzar cotas muy altas. A parte de traspasar barreras como el aislamiento y la timidez de algunos miembros del aula, fomentamos el compañerismo y el intercambio de ideas propio de un entorno colaborativo óptimo. Hagamos de nuestra clase un espacio de aprendizaje global, donde las ideas fluyan y nos hagan ver horizontes que vayan más allá de lo que plantea cualquier libro de texto.

Para este trabajo en equipo será esencial crear un buen ambiente. Un entorno distendido, que dé pie a la participación y al buen humor, una atmósfera de respeto que permita llevar un ritmo de aprendizaje agradable y que no acabe por hastiar a los alumnos. Por supuesto, hay que plantear los errores como fuente de aprendizaje, ya que castigarlos puede resultar contraproducente en muchas ocasiones. Que quede claro que tampoco hay que premiarlos, pero sí darnos cuenta de que cuando nos equivocamos es el momento en el que más aprendemos. Ya lo dijo el empresario y escritor estadounidense Jack Welch: “He aprendido que los errores pueden ser tan buenos profesores como el éxito”.