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miércoles, 13 de mayo de 2015

Para docentes



El tema de hoy nos lleva directamente a la perspectiva del docente y quiero exponer, desde mi humilde experiencia en el ámbito de la enseñanza, una serie de pautas que sirvan de ayuda para el día a día dentro de las aulas y que os hagan disfrutar todavía más de lo que significa la educación.

Algo básico en una profesión que se basa principalmente en enseñar a los demás es evaluar la propia labor que desempeñamos. Está claro que nadie nace aprendido y que sólo por el hecho de ser profesor no somos poseedores de un método infalible y sin fisuras. La calidad de la enseñanza, como prácticamente todo en la vida, está sujeta a un proceso empírico que se va puliendo con los años y que necesita una constante revisión y adaptación. Es importante parar y autocriticarse, aunque a veces no nos siente bien.

Y así como lo hacemos nosotros, el alumnado debería hacer lo mismo en sus labores. Aprender a escuchar y desarrollar una conciencia de autocrítica son pilares maestros en su desarrollo. Esto les va a ayudar a generar su propio juicio, a crecer como personas y a crear sus propias ideas. Nuestra misión radica en impulsar este tipo de  razonamientos independientes, que sean los alumnos los que se planteen sus propios puntos de vista y saquen conclusiones de ello.

Lo que hemos dicho está muy bien, sabemos qué es lo mejor para nuestra clase pero, ¿cómo lo ponemos en práctica? Muy sencillo, generando duda y preguntando. Lo mejor que podemos hacer por nuestros alumnos es hacer que piensen, que razonen, que abran su mente hacia nuevas perspectivas y que tengan interés por ello. ¿Qué mejor manera que priorizar la asociación de conceptos? La memoria es algo fundamental para conseguir una buena asimilación de contenidos pero, sin duda alguna, resulta más efectivo conseguir la compresión de la materia relacionando ideas.

Un buen consejo para lograr estas metas consiste en el trabajo en equipo. El ser humanos es un ser social por naturaleza y con el componente de interacción adecuado se pueden alcanzar cotas muy altas. A parte de traspasar barreras como el aislamiento y la timidez de algunos miembros del aula, fomentamos el compañerismo y el intercambio de ideas propio de un entorno colaborativo óptimo. Hagamos de nuestra clase un espacio de aprendizaje global, donde las ideas fluyan y nos hagan ver horizontes que vayan más allá de lo que plantea cualquier libro de texto.

Para este trabajo en equipo será esencial crear un buen ambiente. Un entorno distendido, que dé pie a la participación y al buen humor, una atmósfera de respeto que permita llevar un ritmo de aprendizaje agradable y que no acabe por hastiar a los alumnos. Por supuesto, hay que plantear los errores como fuente de aprendizaje, ya que castigarlos puede resultar contraproducente en muchas ocasiones. Que quede claro que tampoco hay que premiarlos, pero sí darnos cuenta de que cuando nos equivocamos es el momento en el que más aprendemos. Ya lo dijo el empresario y escritor estadounidense Jack Welch: “He aprendido que los errores pueden ser tan buenos profesores como el éxito”.

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