Quiero
referirme aquí a esta última y debo reiterar que no hablo de
asignaturas nuevas, sino de estrategias metodológicas que enlazan con
esos valores y con esas habilidades y destrezas. Reflexiono pues sobre
la necesidad de trabajar estratégicamente en la capacitación de personas
emprendedoras e innovadoras, facilitando entornos educativos
motivadores y estimulantes que faciliten la generación de proyectos que
lleven implícitos el desarrollo, la creatividad, la imaginación; de
educar a jóvenes que puedan vislumbrar nuevas ideas, oportunidades de
cambio y recursos útiles y valiosos en el diseño y construcción de
proyectos emprendedores, capaces de comprometerse con una sociedad
necesitada de nuevos retos empresariales, que posibiliten la formación
integral de la cultura del emprendimiento.
No
nos confundamos de nuevo y recurramos a la crítica fácil que nunca
aporta nada y enreda todo. No hablo de educar para que todos sean
empresarios (así define la RAE estos conceptos: empresa, “acción o tarea que entraña dificultad y cuya ejecución requiere decisión y esfuerzo”; emprender, “acometer y comenzar un empeño si encierra contrariedad”),
hablo de aproximar el sistema educativo a la realidad, al contexto al
que el estudiante se va a enfrentar cuando salga de la “urna” en la que
estamos empeñados en que permanezca. La diferenciación estudiante,
trabajador, empresario, funcionario… es una división terminológica que
no se sostiene, so pena de que pensemos y trasmitamos (más peligroso)
que ni el estudiante, ni el funcionario ni el empresario trabajan, que
estudiar no es trabajar y que una cosa es aprender (estudiar) y otra
hacer (trabajar).
Hablo de tomar conciencia de la relación existente entre
las situaciones cotidianas en las que deben asumirse responsabilidades,
superar dificultades, perseguir metas, gestionar el tiempo, planificar
los quehaceres diarios… con las actividades que se realizan al frente de una organización ( aprendizajes relacionados con actitudes y competencias como la iniciativa, la asunción de riesgos, la creatividad)
como del uso continuo de conocimientos instrumentales básicos:
comprensión y expresión oral y escrita, destrezas comunicativas,
razonamiento matemático, cálculo mental y realización de estimaciones,
operaciones con las reglas básicas y medidas, entre otros.
Y
de desarrollar habilidades personales y sociales que faciliten el
trabajo en equipo y la asunción de responsabilidades compartidas, así
como la resolución dialogada de conflictos. Y, como aconseja la Comisión
Europea, se trata de un proceso de aprendizaje que es preciso
incorporar desde los primeros cimientos del sistema educativo, integrado
en las propuestas educativas de los distintos niveles y ciclos
formativos. “Que se promueva el emprendimiento como factor clave para la
competitividad, destacando la importancia de impulsar una cultura
europea del emprendimiento a través del fomento de la mentalidad
adecuada y de las competencias relacionadas con el mismo”.
Y
de estimular la confianza y seguridad en las propias capacidades y
realizaciones personales, promoviendo la motivación de logros acorde con
ellas y mejorando los procesos de autoconocimiento, autoestima y
relación social.
¿O preferimos seguir con nuestra manía proteccionista consistente en mantener a la escuela aislada de su entorno real, de su contexto social?
En este sentido, y conscientes de su necesidad, nuestra Fundación acaba de presentar un programa sobre la escuela emprendedora, sabedores como somos de lo importante que es trasmitir
a nuestros estudiantes la capacidad de emprender como un reto personal,
basado en la habilidad para transformar ideas y hacer realidad
ilusiones y proyectos.
¿Sentido común?
Presidente de Fundación Piquer
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