La autoridad del profesor
La
propuesta de la Comunidad
de Madrid sobre la consideración de los docentes como autoridad a efectos
penales me parece en principio adecuada, y así parece que lo considera la
mayoría social. Cómo se ha llegado al punto de degradación de las relaciones
docentes/alumnos, debería ser un punto de partida para aproximarnos al
problema.
La
falta de motivación, la crisis de valores como la responsabilidad y el esfuerzo
y las consecuencias de no ejercerlos, la heterogeneidad del alumnado, la
dejadez de algunos padres, la cultura del éxito fácil, la incomunicación
familias/comunidad educativa, la tendencia a responsabilizar a los docentes de
las faltas de indisciplina de sus hijos, dar todos los caprichos sin exigir
nada a cambio, la falta de sintonía entre lo que se estudia en las facultades
de educación y lo que luego debe trasmitirse en el aula y, una vez ejerciendo
la docencia, la falta de una verdadera política de formación permanente del
profesorado enfocada a la realidad del día a día, son algunos de los factores
que han influido en llegar al punto en el que estamos.
Pero
cuidado: aquí no se trata de buenos y de malos, de si la educación de antes era
mucho mejor y la de ahora no sirve para nada: han existido y existen excelentes
docentes. Esta polémica me recuerda a aquello que hablaba Ortega de la ingénita extremosidad del español y no
seré yo quien contradiga a tan ilustre pensador; porque no sé cuánto tiempo las
palabras disciplina, autoridad, castigo…
se han convertido en tabú porque parecía que recordaban a otros tiempos y eran
sinónimo de militarismo, fascismo, tortura, etc. ¿Pero sabemos en realidad qué
es disciplina, qué supone el principio de autoridad que ahora queremos
introducir en el código penal y que castigar no es maltratar?
Disciplina
no es sino cumplimiento de unas normas de convivencia que nos atañen a todos: ¿de qué se tratan las normas que rigen en
cualquier institución, empresa, colectivo…?, ¿de qué se trata cuando en
cualquier organización debe observarse una estructura, un organigrama y una
distribución de roles?, ¿No existen consecuencias por incumplimientos de normas
establecidas?: ¿acaso no nos aplican un recargo si no pagamos a tiempo un
impuesto, acaso no tiene consecuencias llegar tarde al trabajo o no cumplir con
una obligación a tiempo?
De
nuevo se trata de los términos, no de lo que realmente éstos significan. Pero
no nos equivoquemos: la autoridad es efectiva cuando media el respeto y el
respeto es muy difícil de imponer y de improvisar: el respeto no se adquiere ni
chillando más, ni castigando más ni suspendiendo más y tampoco siendo más
condescendiente, más colega… el respeto empieza por respetarse en primer
término a sí mismo, en ser consciente de cuál es la labor del “docente” más que
del profesor y todo lo que ello implica y eso sí que no lo mide ninguna oposición
ni se impone mediante ningún decreto.
Y lo
que no pueden hacer los padres es trasladar al colegio lo que son sus
responsabilidades. Si hay alumnos que no respetan las normas del colegio, a los
profesores, a sus compañeros… ¿están siendo educados en estos y otros valores
en su casa? Porque no deberemos exigir a los demás lo que nosotros somos
incapaces de conseguir.
Dejemos
de una vez de echarnos la culpa unos a otros y conformemos una verdadera
comunidad escolar donde todos cumplan con sus responsabilidades.
Miguel Ángel Heredia García
Presidente de la Fundación Piquer
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