Hoy vuelvo al blog para hablar de
algo que, verdaderamente, me preocupa: la educación del presente y su futuro. Pienso que el rumbo que están
tomando las políticas educativas actuales nos conduce a un callejón sin salida
en el que los jóvenes van a ir agolpándose sin remedio ni futuro. Por momentos, el desánimo es tal que parece
imposible recuperar los antiguos valores de la educación, los de siempre, los
que nunca debieron perderse. Sin embargo, el hacer que estos valores vuelvan a
estar presentes en el día a día de nuestros jóvenes, es una obligación social
innegociable que depende de todos y cada uno de nosotro.
No me confundan. A pesar de lo
apasionado de mi discurso, bajo él no se esconde ningún color político. Soy un
lobo solitario en mi cruzada particular por el desarrollo de programas
educativos que, de forma activa y real, actúen en la educación de los más
jóvenes. Abogo por que los valores (del mismo modo que la savia en los
árboles) actúen como sustrato vital
educativo, y que, desde la retaguardia, aporten ese plus tan necesario como
diferencial en los programas docentes de hoy en día.
Disciplina, rigor,
responsabilidad o esfuerzo han de ser los cromosomas identificativos del nuevo
genoma educacional. Pero, por encima de todo hay un valor que debe implementarse
de forma ininterrumpida y en el que deben estar implicados todos los agentes
que intervienen en la educación actual. Sí, estoy hablando de la innovación.
Las políticas educativas actuales
deben dejar de ser la pelota de un interminable partido de tenis jugado por
tenistas mediocres. Me explico, debemos dejar de mover la educación de nuestros
hijos a bandazos y empezar a dirigirla con “golpes” certeros que actúen de modo
inequívoco sobre los pilares motivacionales de la juventud, propiciando así su
participación activa y su implicación en un elemento fundamental de cara a su
futuro.
Así, pues actuemos. Actuemos
profesores, padres, AMPAS y, sobre todo, instituciones públicas. Erijámonos
adalides de la educación del futuro y otorguémosle el protagonismo a quienes,
de veras, lo necesitan: nuestros alumnos.
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