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lunes, 7 de abril de 2014

Castigar conductas negativas para entender los valores positivos







Cuando tenemos que educar a nuestros hijos surgen dudas sobre qué es lo mejor para ellos. En este sentido, siempre se ha empleado el castigo como “método” para marcar límites. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, la palabra castigo es un término que genera controversia en el ámbito educacional.

La tendencia actual es ver el castigo como algo negativo y contraproducente. Sin embargo, la presencia de sanciones o penalizaciones es algo que está muy presente en el día a día de todos nosotros. Por ejemplo, cuando no hacemos caso a una señal de tráfico corremos el riesgo de recibir una sanción en forma de multa económica. La posibilidad de recibir este castigo, nos educa para seguir unas normas de comportamiento al volante.

Cuando educamos a nuestros pequeños ocurre lo mismo. Como padres y/o profesores, debemos marcarles la barrera entre lo que está bien y lo que está mal. Es así como, poco a poco, indicaremos la conducta que deben cumplir, así como las consecuencias que tiene el no seguir un comportamiento positivo.

Lo cierto es que la palabra castigo, como tantas otras en el ámbito de la enseñanza, ha sido demonizada en los últimos años como consecuencia de las nuevas corrientes educativas. Sin embargo, cuando su uso se lleva a cabo desde el respeto al individuo y en base a unos valores positivos de comportamiento, es una herramienta útil en el aprendizaje general.  

Desde Piquer siempre hemos defendido que la juventud debe ser consciente de los errores que comete para evitar que sigan un camino equivocado. En este sentido, hemos apostado siempre por el poder de la penalización mediante el uso de negociaciones férreas y consensuadas que permitan conseguir los siguientes objetivos: que los chavales entiendan qué han hecho mal, por qué lo han hecho mal y cómo corregirlo de cara al futuro más inmediato.  

Un aspecto muy importante y que he podido comprobar a lo largo de mi trayectoria es que no existen dos niños iguales, y con esto quiero subrayar que las penalizaciones pueden funcionar mejor o peor con unos, o, directamente, no funcionar con otros.

Y no lo olvidemos, antes de penalizar o no a nuestros hijos o alumnos, debemos preocuparnos en evitar llegar a ese punto.

Quiero despedirme recordando que resulta mucho más eficaz fortalecer las conductas positivas que erradicar las negativas. Felicitar y celebrar los aciertos presentes evita los errores futuros.

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