Cuando
tenemos que educar a nuestros hijos surgen dudas sobre qué es lo mejor para
ellos. En este sentido, siempre se ha empleado el castigo como “método” para
marcar límites. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, la palabra castigo es
un término que genera controversia en el ámbito educacional.
La
tendencia actual es ver el castigo como algo negativo y contraproducente. Sin
embargo, la presencia de sanciones o penalizaciones es algo que está muy
presente en el día a día de todos nosotros. Por
ejemplo, cuando no hacemos caso a una señal de tráfico corremos el riesgo
de recibir una sanción en forma de multa económica. La posibilidad de recibir este castigo, nos educa para seguir unas normas de comportamiento al volante.
Cuando
educamos a nuestros pequeños ocurre lo mismo. Como padres y/o profesores, debemos
marcarles la barrera entre lo que está bien y lo que está mal. Es así como,
poco a poco, indicaremos la conducta que deben cumplir, así como las
consecuencias que tiene el no seguir un comportamiento positivo.
Lo
cierto es que la palabra castigo, como tantas otras en el ámbito de la
enseñanza, ha sido demonizada en los últimos años como consecuencia de las
nuevas corrientes educativas. Sin embargo, cuando su uso se lleva a cabo desde
el respeto al individuo y en base a unos valores positivos de comportamiento,
es una herramienta útil en el aprendizaje general.
Desde
Piquer siempre hemos defendido que la juventud debe ser consciente de los
errores que comete para evitar que sigan un camino equivocado. En este sentido,
hemos apostado siempre por el poder de la penalización mediante el uso de negociaciones
férreas y consensuadas que permitan conseguir los siguientes objetivos: que los
chavales entiendan qué han hecho mal, por qué lo han hecho mal y cómo
corregirlo de cara al futuro más inmediato.
Un
aspecto muy importante y que he podido comprobar a lo largo de mi trayectoria
es que no existen dos niños iguales, y con esto quiero subrayar que las penalizaciones pueden funcionar mejor o peor con unos, o, directamente, no funcionar con otros.
Y no
lo olvidemos, antes de penalizar o no a nuestros hijos o alumnos, debemos
preocuparnos en evitar llegar a ese punto.
Quiero
despedirme recordando que resulta mucho más eficaz fortalecer las conductas
positivas que erradicar las negativas. Felicitar y celebrar los aciertos
presentes evita los errores futuros.
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