Muchas veces hablamos de innovación en el ámbito educativo
pero no hacemos hincapié en lo que eso significa, en las dinámicas de un
paradigma cada vez más necesario y que no llegamos a implementar completamente.
Quizá sea por falta de práctica, por miedo al atrevimiento o simple y
llanamente por no saber cómo, pero es algo necesario como en cualquier otro
sector que implique la regeneración del tejido social.
Hoy queremos proponer varios puntos para una educación
creativa, que sea de ayuda en un panorama sujeto al cambio constante y se
adapte a la evolución de las nuevas tecnologías. Es necesario asentar las bases y creencias de un modelo de enseñanza acorde
a los tiempos que vivimos.
Empecemos por tirar abajo ese hermetismo imperante en muchos
centros educativos, dirijamos nuestra mirada al mundo y aprovechemos los
recursos que hay disponibles en el exterior. Es necesario mimetizarse con los
contextos reales que tienen lugar a nuestro alrededor, hay que aprender de lo
que vemos, vivimos y experimentamos, y a veces puede resultar complicado si lo
hacemos encerrados en un aula. Si lo hacemos, tengamos muy en cuenta el factor
de la interconectividad con el que podemos establecer un proceso educativo que
esté en constante retroalimentación.
Para ello debemos aportar las herramientas necesarias para
garantizar una red global que permita, tanto a alumnos como a docentes, la
posibilidad de cooperar para compartir contenidos e información a cualquier
hora y desde cualquier lugar. No nos olvidemos que los avances tecnológicos
están ahí y hay que aprovecharlos para
sacar partido de los enormes beneficios que nos brindan. Hablamos de recursos
educativos como Edmodo o redAlumnos, que permiten conectar a los integrantes de
un curso, compartir información, realizar seguimientos, crear foros o aportar datos, de una forma que no se
podría hacer en una clase convencional. Esto conlleva la creación de un nodo
organizado, una comunidad que implique también a las familias en una enseñanza
de calidad que esté volcada en dar un paso más hacia nuevas competencias,
valores y hábitos.
Hay veces que tampoco nos fijamos en las posibilidades de la
evaluación como herramienta de innovación educativa y la relegamos a un segundo
plano como mero instrumento de calificación pero, ¿y si la implementáramos como
un mecanismo de doble filo? Podemos sacar mucho partido de ella averiguando qué
es lo que sabe el alumno y cómo se puede sacar el máximo rendimiento de esos
conocimientos para redirigirlos y enfocarlos en la dirección correcta. Muchas veces
hemos hablado de la ardua tarea de hacer ejercicio de autocrítica para evaluar
las metodologías que utilizamos y sacar partido de las carencias que, al fin y
al cabo, perjudican de modo incuantificable a los alumnos. Pues bien, hagamos
uso de una buena autoevalución y comprobemos el cambio hacia una enseñanza
diferente, demos el paso hacia la posibilidad de crecer y no quedar obsoletos.
Todas estas nuevas metodologías no son nada sin una
buena organización y sin unos objetivos claramente delimitados, debemos saber
hacia dónde queremos ir. No es que los métodos de enseñanza del pasado sean
contraproducentes, tan solo hay que saber cuándo dar el paso hacia la nueva
generación. Tengamos muy presente que el error deja una enseñanza, toda
enseñanza deja experiencia y toda experiencia deja una huella.
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