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jueves, 12 de noviembre de 2015

El acoso escolar


En mayo de este mismo año, Arancha, una chica de 16 años se arrojó por el hueco de las escaleras de su casa. Carla, de 14, saltaba desde un acantilado en 2013. El pasado octubre un niño de 11 años decidió acabar con su vida tras dejar una nota a sus padres pidiéndoles perdón y diciéndoles que no quería ir al colegio. ¿Qué está ocurriendo en los centros escolares? ¿Hasta dónde hemos llegado? ¿Cómo hemos dejado que la situación escape a nuestro control?

Hablamos del acoso escolar, por supuesto. Un problema social que afecta a 1 de cada 4 menores escolarizados en España y que los colegios no reconocen como tal, ya sea por desconocimiento o por el temor a una mala publicidad, al fin y al cabo, ¿quién quiere tener fama de albergar cualquier forma de bullying en su centro? De vez en cuando oímos casos en las noticias, vemos muertes, traumas, situaciones que condenan el desarrollo de muchos alumnos en las que sólo en contadas ocasiones se toman medidas a priori y que no se puede permitir. Es cierto que es un problema difícil de combatir, que debido al silencio de los alumnos por temor a represalias es todavía más complicado de identificar para erradicarlo a tiempo.

¿Cómo podemos actuar para prevenir el acoso escolar? Lo primero de todo es concienciar a los adultos para que sepan reconocer los primeros indicios en el entorno de la víctima. No estamos hablando de agresiones físicas, que pueden darse o no, y suponen la culminación de un proceso muy complejo. Nos referimos al acoso psicológico que se traduce en motes despectivos, insultos, intimidaciones o rumores malintencionados, que hacen que el acoso vaya creciendo en intensidad. También hay formas más sutiles, casi imperceptibles, de acoso psicológico y que pueden tener peor repercusión que cualquier agresión verbal, como el aislamiento intencionado por parte compañeros no dejando participar a la víctima en actividades sociales conjuntas, negándole la palabra o ignorándola, dinámicas que llevan a las personas que no participan activamente en el acoso a desentenderse por temor a ser nuevas víctimas. Son los adultos los que pueden poner freno a esta realidad sin tener que implicar al agredido. Bajo ningún concepto se puede minimizar el problema o pensar en la típica coletilla: “son cosas de niños”.

Enseñar a estas nuevas generaciones que el acoso es muy grave y que burlarse de otros no es gracioso constituye un paso de gigante para que tomen la actitud correcta. Es primordial hablarles de casos reales, hacer un ejercicio de empatía para que todos puedan ponerse en el lugar de una persona acosada. Hacerles conocedores de las herramientas que existen para denunciar el acoso y remarcar el concepto de que denunciar no es chivarse, es actuar de forma justa.  Ya existen programas especializados en muchos centros de nuestro país para luchar contra esta problemática, pero la solución radica en los alumnos y en una educación en valores, en el respeto y la tolerancia.

No debemos confundir cualquier incidente aislado con el acoso, los niños se pelean, eso es una realidad, el problema viene cuando la agresión se reitera en el tiempo. Es entonces cuando se plantea la gran pregunta: ¿Cuándo debemos actuar? No hacer nada nos constituye como una parte muy importante del problema y el papel de los padres es esencial para detectarlo a tiempo. Han de atender a los cambios de conducta, a lo síntomas psicosomáticos, al estado anímico o las negativas a ir al colegio. Hay que actuar en cuanto se detecte cualquiera de estos síntomas o se aprecie cualquier tipo de abuso.

Hasta que no seamos conscientes del grave problema que supone en el desarrollo de cualquier niño y en cómo puede llegar a marcar su conducta futura, nunca solucionaremos el problema. El sistema está poniendo a disposición de todos los mecanismos necesarios para acabar con esta pesadilla, ¿no creen que deberíamos aprovecharlos y no mirar hacia otro lado alegando que es algo que ha pasado durante toda la vida?

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