En muchas ocasiones creemos que la tarea de educar recae
principalmente en la labor del docente, que la enseñanza de valores termina al
sonar la campana y que la voluntad de cualquier niño se forja sin moldes. No
podríamos estar más desencaminados si creemos que no necesitamos guías que nos
muestren los caminos a seguir; no nos equivoquemos, no se trata de imponer una
serie de opciones, sino de mostrar todas las sendas para que un niño sea capaz
de elegir su futuro en base a una educación en positivo, es decir, con
disciplina, diálogo y confianza.
En primer lugar hay que conocer a un hijo y tener muy
presente cada niño es un mundo. Entrar en las comparaciones es un error en el
que solemos caer y que solo sirve para reconocer patrones de conducta generales
de la edad. El desarrollo individual de cada persona marca sus actitudes y
estas son las que deben ser escuchadas por los padres. Prestar atención a sus
sentimientos e intentar comprender su percepción del día a día es el pilar
básico para construir un entorno sano en lo que a educación se refiere. Esto no
significa que haya que satisfacer todos sus caprichos, hay que enseñarle a
renunciar libremente, decir “no y aleccionar sobre su valor y la necesidad en
la vida diaria. Si no aprenden a negar ciertas cosas, nunca sabrán decir “no” a
lo prohibido y eso puede convertirse en algo muy peligroso. Tampoco hay que
desarrollar una dinámica de negaciones, restricciones y censuras pues puede
convertirse en la mayor causa de inseguridad de una persona.
No podemos olvidar que hay que predicar con el ejemplo, ya
que cualquier acción resulta más útil para un niño que cualquier enseñanza.
Exigir actitudes que no ven en ningún momento en el entorno familiar tiene el
mismo efecto que predicar en el desierto. ¿Nos hemos preguntado cuál es el
ejemplo que damos a los más pequeños?, ¿Nos gustaría que nuestros hijos
repitieran lo que hacemos? Vigilar nuestras palabras y respaldar la educación
con acciones es la mejor forma de construir la moral de un niño.
Ahora lanzo un par preguntas que puede parecer sencillas
pero que en realidad puede que ni nosotros sepamos la respuesta: ¿Hemos
enseñado a nuestros hijos a descubrir el sentido de su vida? ¿Sabemos cuáles
son sus objetivos y los valores por los que se rigen? Vivir y no saber por qué
constituye la losa más grande que puede llevar cualquiera a la espalda. Si no
sabemos la respuesta es un buen punto de partida para empezar a conocer a
nuestros hijos y cimentar las bases de su educación.
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