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miércoles, 25 de junio de 2014

“Responde por tus actos, hazte cargo de sus consecuencias y aprende de ellas”


En el éxito o fracaso escolar influyen diversos factores como puede ser la concentración, el correcto aprendizaje de los conocimientos básicos y, por supuesto, valores como responsabilidad, esfuerzo, motivación o implicación. Hoy quiero centrarme en la responsabilidad, esa capacidad que poseemos los seres humanos para dar respuesta a nuestros propios actos y que, como tal, implica cierto grado de madurez y compromiso, tanto con los demás, como con uno mismo. Así, ser responsable implica tomar decisiones conscientemente y aceptar las consecuencias nuestros actos, dispuestos a rendir cuenta de ellos. Es la virtud o disposición habitual de asumir las consecuencias de las propias decisiones, respondiendo de ellas ante alguien.

La responsabilidad de nuestros hijos en su etapa escolar pasa por ser respetuoso con su entorno (familia, compañeros, profesores…), llegar puntual a clase o al colegio, estar muy atento a las explicaciones del profesor, preguntar cuando no entienda algo, cuidar el material de trabajo o estudiar a diario. Unos compromisos que se irán incrementando a lo largo de los años y que, cuando sean adultos, se trasladarán al ámbito laboral, familiar, etc.

Como padres, debemos inculcar este valor desde pequeños porque se va aprendiendo e interiorizando de forma progresiva y en función del desarrollo evolutivo de los niños. Debemos tener muy claro que educar niños responsables es una tarea a largo plazo, que requiere de mucha dedicación, y que el nivel de exigencia ha de estar en consonancia con las posibilidades de la persona. No podemos estar siempre detrás del niño o adolescente para que cumpla las normas. Y para evitarlo, debemos fomentar el sentido de la responsabilidad desde pequeños, mediante una serie de estrategias educativas adecuadas.

Para transmitir a nuestros hijos el valor de la responsabilidad, el mejor método es el de “predicar con el ejemplo”. Como ya sabrás, los niños imitan a sus padres, y muchos de los valores, actitudes y comportamientos derivan de lo que ven y aprenden de sus progenitores. Así, antes de exigir tenemos que enseñar y dar un margen de tiempo para interiorizar el aprendizaje.

Además, una de las pautas que nos pueden ayudar a la hora de fomentar el sentido de la responsabilidad en los más pequeños es asignarle ciertas tareas, hacer que acepte su cumplimiento y que cumpla con su palabra. Por ejemplo, le pediremos que recoja su habitación, ponga la mesa a la hora de comer o que todos los días prepare su mochila con el material necesario, y éstas serán tareas única y exclusivamente suyas, que deberá cumplir a diario. 

Otra de nuestras funciones será enseñarle a aceptar sus errores con humildad en el caso de equivocarse, y a no buscar excusas cuando no haya cumplido su compromiso. Es decir, en el caso de que un día no prepare su mochila, no lleve a clase los libros que necesita, ni pueda entregar los deberes de ese día, será el único responsable de sus actos y deberá atenerse a las consecuencias que ello pueda conllevar. La responsabilidad está estrechamente ligada al autocompromiso, y como tal, siempre debe tener presente que debe cumplir con los demás, pero sin olvidarse de uno mismo.
En definitiva, ser responsables no es únicamente cumplir con lo que se manda, ser responsables algo más, es saber elegir y decidir por uno mismo. Algo que se debe aprender desde bien pequeños y que irá aumentando con la edad

viernes, 13 de junio de 2014

“No triunfar hoy, no significa fracasar mañana ”



Si algo tienen en común el científico Albert Einstein, el artista Pablo Picasso, el político Churchill y el fundador de Apple, Steve Jobs, es que todos ellos fueron malos estudiantes en su etapa escolar. Pero a la vista está que el hecho de no triunfar durante su vida estudiantil, no significa que vaya a fracasar de adulto. Y espero que no me malinterpreten porque con esto no quiero animar a que nuestros hijos sean malos estudiantes, pero lo que sí me gustaría es ofrecer un rayo de esperanza a aquellas personas que han tirado o están a punto de “tirar la toalla”. 

Lo único que quiero es que nadie piense que su caso es un caso perdido porque, en mi opinión, no hay casos perdidos. Sí que es cierto que puede haber estudiantes que, por un motivo o por otro, hayan perdido la motivación y las ganas, y como consecuencia, obtengan malos resultados. Pero precisamente ahí entra en juego nuestro papel como padres o docentes, debemos ayudarle a obtener o recuperar esa energía que necesita para seguir adelante en sus estudios.

Si quieres hacer de tu hijo un buen estudiante, debes sembrar ciertos hábitos y actitudes que permitan cosechar buenos resultados en un futuro. No te voy a engañar, cambiar de hábitos cuesta mucho esfuerzo pero es algo que está en nuestras manos. Por eso me gustaría hacer referencia a algunos consejos que te pueden ayudar en tu objetivo. En primer lugar, debemos creer en nuestro hijo/a y motivarle para estudiar. La falta de motivación puede estar propiciada por la falta de apoyo en casa, baja autoestima, bajas expectativas en clase o la presión, entre otros.

Así, una vez que se muestre dispuesto a estudiar tendremos que cambiar sus hábitos. Para empezar, no permitas que mientras estudie se levante continuamente a hacer pis, beber agua, a comer una galleta, y hazle entender la importancia que tiene permanecer concentrado.

Explícale la necesidad de subrayar, resumir o realizar esquemas. Son herramientas muy útiles que le ayudarán a comprender la materia que debe estudiar, y le facilitarán la labor de ordenar las ideas en su cabeza. 

La posición a la hora de estudiar también es esencial. No accedas a que estudie tumbado en la cama, el sofá, en el suelo o en la piscina porque no conseguirá concentrarse. Y tampoco le ayudará a hacerlo si estudia con música de fondo, viendo la televisión, con el teléfono móvil o conectándose a las redes sociales. El orden también es básico a la hora de estudiar, ya sea en el entorno de estudio como en la organización del horario.

Además, debe tener muy claro que estudiar es tarea de los estudiantes y, como tal, deben ser ellos mismos quienes resuelvan los ejercicios o hagan sus propios esquemas. Si pensamos que haciéndole nosotros los esquemas ganará tiempo, estamos muy equivocados.

Incúlcale desde pequeño la necesidad de esforzarse y de dar cada día un poco más de sí mismo. Evita que busque culpables cuando los resultados no son los deseados. Los malos resultados no son de los profesores, el colegio, el sistema o los propios padres, los malos resultados son suyos y como tal debe asumirlos para ponerles solución.

En definitiva, la clave para los considerados “casos perdidos” que, repito, en mi opinión no hay casos perdidos, es entender su diferencia como algo positivo. Padres y docentes debemos trabajar para estimular su imaginación, mantener viva la curiosidad y animarle a aprovechar las oportunidades que le permitirán alcanzar el éxito. Y no desesperes, por muy malas notas que hayan obtenido, si tiene un objetivo, conseguirá las fuerzas y los recursos para alcanzarlo.

miércoles, 11 de junio de 2014

Dosifica tu esfuerzo para superarte cada día



“Querer es poder”, con esta premisa llegamos a todos los sitios. No hay nada mejor que las ganas y el interés para superarnos día a día. Y cuando hablo de superación me refiero al vencimiento de un obstáculo o dificultad rebasando un límite, en cualquier ámbito de nuestra vida, ya sea a nivel personal, académico o laboral. Todos y cada uno de nosotros podemos superarnos, pero no todos tienen o tenemos el deseo de hacerlo, ni el mismo grado de compromiso o esfuerzo.
En su día ya lo dijo Lucio Séneca: “Las cosas no son difíciles. Son difíciles porque no nos atrevemos”. Y en este sentido, el esfuerzo y la capacidad de superación son dos compañeras de ruta indispensables que nos guiarán en el camino para desarrollar el talento y ser competitivos. Nadie nos va a regalar nada, el éxito se consigue tras muchas horas de entrenamiento.
No tenemos que darnos por vencidos cuando algo nos parece complicado, hay que luchar hasta conseguir lo que queremos. Como padres o educadores, asumimos la ardua tarea de eliminar de nuestros hijos o alumnos el pensamiento de “no puedo hacerlo” para sustituirlo por un “lo voy a intentar”. Debemos preparar a futuros profesionales y ciudadanos para un mundo donde el talento va a ser diferencial. 

Para alcanzar el éxito, día a día hay que cargar la mochila o los bolsillos de esfuerzo y superación. Unos valores que, de entrada, podemos pensar que se adquieren en el colegio pero como ya he mencionado en alguna ocasión, se deben inculcar principalmente en casa y de la mano de la propia familia. Si desde pequeños les enseñamos a esforzarse con pequeñas cosas, cada vez serán capaces de afrontar retos mayores y les ayudará a superar aquellas barreras que puedan entorpecer su camino.

A la hora de enseñar debemos seguir tres pautas: dar ejemplo, explicar y dialogar, y hacer. No cabe duda que, como padres, nuestro ejemplo es esencial. A los hijos les ayuda mucho ver como también nos esforzamos, trabajamos, asumimos nuestros errores y aquellos imprevistos que puedan surgir en el camino. Los niños se limitarán a imitar. 

Además, el hecho de marcar unas metas realistas, adecuadas a su edad y capacidades, como ya he mencionado en otras ocasiones, será imprescindible a la hora de inculcar y reforzar la cultura de esfuerzo y la capacidad de superación. Es muy importante que reconozcamos su talento, el que sea, y que  valoremos su trabajo y esfuerzo, así como la capacidad de superación por encima del rendimiento. De esta forma, les haremos ver que ellos son lo importante.

No hay camino exento de trabajo. La clave es sonreír a la adversidad y a la vida. Debemos fijarnos unos objetos que nos ayuden a superarnos día a día, marcando una estrategia, teniendo en cuenta nuestros recursos y posibilidades, y sin olvidarnos de asumir las posibles frustraciones que puedan surgir.
 

miércoles, 4 de junio de 2014

Ayudas mínimas. El estudio como herramienta de independencia




Una de las piedras angulares en la educación de un niño es el desarrollo de la autonomía personal. Los padres tenemos la labor de enseñarles a que sean capaces de realizar por sí mismos tareas y actividades propias de los niños de su edad. Al principio, cuando son pequeños se les requieren cosas sencillas pero que para ellos son muy complicadas, igual que en su día lo fueron para nosotros. Y por si alguno no lo recuerda, atar los cordones de los zapatos era todo un reto, que en muchas ocasiones no conseguías superar y te veías obligado a dejarlo en manos de los padres, profesores o compañeros mayores de colegio. Y algo muy parecido ocurría con el hecho de vestirte sin  ayuda de nadie, bueno he de decir que en mi casa, al principio, tenían el detalle de dejar la ropa preparada en una silla a los pies de la cama, pero aún así ponerte la camiseta sin que quedase la etiqueta y las costuras a la vista era toda una aventura, o descubrir qué zapato era el izquierdo y cuál el derecho… ¡menos mal que no tenemos cien pies! 

La higiene e imagen personal, la comida o la vida en sociedad son los primeros hábitos que aprendemos. Pero conforme se van cumpliendo años, las exigencias se van incrementando; y con edad más avanzada podemos trasladar esa  autonomía  de la que hablamos al estudio. Por eso, una vez que se inicia la edad escolar, debemos aportar a los pequeños las herramientas suficientes para que realicen por su cuenta los deberes y que así, en un futuro, sean capaces de enfrentarse al estudio de manera independiente. Precisamente, como padres, ésta será una de nuestras prioridades.

Y es que de lo contrario, si no trabajamos esta capacidad, el niño/a no conseguirá ser una persona autónoma. No sabrá cómo actuar ante ciertos problemas, continuamente requerirá la ayuda o la presencia del profesor o los padres, siempre tendremos que preguntarle la lección, le invadirán las dudas... Y en esta ocasión hago referencia a ejemplos relacionados con el tema académico porque es el que nos concierne en este momento, pero he de decir que esta carencia se trasladará también a los distintos ámbitos de su vida y le acompañará, incluso, cuando sea mayor. Y es que, en ocasiones, no somos conscientes de la importancia que tiene la educación recibida desde pequeños, cada acción, cada gesto…

A lo largo de nuestra vida, pasar de una etapa a otra supone un esfuerzo porque es necesario desprenderse de lo conocido y afrontar lo desconocido. Y en este sentido debes saber que si evitas el esfuerzo porque no quieres que sufra o crees que es  demasiado pequeño, estarás evitando también su satisfacción de lograr algo que solamente se consigue con esfuerzo. Ayudarle a desprenderse de nosotros para que aprenda a ser autónomo no es otra cosa que animarle a crecer.

En primer lugar, debes saber que si quieres enseñar a tu hijo/a a ser autónomo tendrás que armarte de paciencia porque es un proceso lento y que requiere mucha constancia. Así pues, nunca le enseñes a hacer una actividad cuando tengas prisa, trata de crear un ambiente de aprendizaje relajado y que el pequeño disponga de todo el tiempo necesario. 

También es muy aconsejable que le enseñes paso a paso la actividad y le acompañes en la realización de la misma. Supongamos que queremos que aprenda a prepararse el desayuno sin ayuda. En este caso tendremos que indicarle qué necesita (cuchara, taza, leche, cacao, galletas) y dónde puede encontrarlo. A continuación le explicaremos cada uno de los pasos de la preparación y le advertiremos de los posibles “riesgos”, por ejemplo, que se puede quemar al sacarlo del microondas o que si no tiene cuidado al echar la leche se le puede derramar. Una vez que le hemos explicado todos los pasos de esta nueva actividad, dejaremos que la realice solo aunque con nuestra supervisión, y le invitaremos a que lo practique una y otra vez para que no se le olvide.

A estas altura seguro que todos sabemos que de los errores se aprende, por eso es muy importante que permitamos que nuestro hijo se equivoque. Si le gritamos cuando falla y le reprochamos que hace las cosas mal,  le pondremos nervioso y se bloqueará. Por el contrario, si le animamos y le enseñamos a hacerlo bien aprenderá y ganará seguridad en sí mismo.

Desde que son pequeños, nuestra labor es dejar que se esfuercen y disfruten de nuevos aprendizajes hasta que consigan hacerlo sin ayuda. Si conseguimos que nuestro hijo sea independiente en distintos aspectos de la vida diaria, será más fácil trasladarlo después al ámbito escolar.  Y es que lo deberes son las primeras preocupaciones de los estudiantes, por lo general, las primeras cargas de responsabilidad. Por tanto, si en cada etapa le enseñamos todo aquello que está preparado para aprender, se sentirá dispuesto y encantado de hacerlo, y disfrutará aprendiendo cada día. 

En definitiva, si trabajamos la autonomía de nuestro hijo/a conseguiremos que aumente la seguridad en sí mismo, aspecto imprescindible para seguir aprendiendo y progresar. También potenciará la responsabilidad, la atención y la fuerza de voluntad. Además, cuando le enseñamos a hacer las cosas autónomamente, le estamos enseñando a desarrollar un orden lógico a la hora de realizar las tareas y, al mismo tiempo, a estimular su capacidad de pensar y razonar. 

miércoles, 28 de mayo de 2014

Si no aprovechas la concentración, estás perdido.



Te sientas a estudiar y tu mente empieza a divagar de un lado a otro. En cuestión de segundos viajas a una playa paradisiaca, te desplazas a la montaña para pasar unos días de aventura o aprovechas para irte de juerga con tus amigos pero… ¡no! Todo es fruto de tu imaginación, la realidad es otra. Estás sentado frente a los apuntes y es momento de preparar el examen dejando a un lado todas esas distracciones. 

Seguro que en alguna ocasión te ha ocurrido algo parecido, que te ha perjudicado notablemente a la hora de hacer un trabajo, extendiéndolo en el tiempo. Para evitar “irnos por las nubes” y que nuestro pensamiento viaje de un lugar a otro, debemos poner en marcha nuestra concentración. Esto consiste simplemente en activar la capacidad que nos permite fijar la atención sobre una acción de forma selectiva evitando que el pensamiento se escape a otras cuestiones. Y resulta fundamental para lograr una experiencia de aprendizaje más efectiva y provechosa. Y es que en ocasiones, el simple hecho de centrarse en una tarea concreta exige un esfuerzo de voluntad.

Debemos tener en cuenta que no sólo el hecho de ser estudiante requiere esta capacidad. Todo trabajo exige un grado de concentración, desde el más simple hasta el más complejo. Por eso, desde niños, adquirimos la capacidad de concentración, y ésta debe ir aumentando de acuerdo con la edad y la exigencia. Depende de diversos factores personales, pero con entrenamiento y práctica siempre se puede mejorar, y para ello existen distintas técnicas y hábitos de trabajo. 

Conocer y entrenarse en una serie de hábitos de estudio nos ayudará a potenciar y facilitar la habilidad para aprender, y será al mismo tiempo una de las claves para sacar el máximo provecho y conseguir el mejor rendimiento. Ahora bien, para poder concentrarte necesitas conseguir una autorregulación mental, que consiste en entrenar tu mente para centrar la atención; así como controlar los factores ambientales y reducirlos lo mínimo posible. 

Para evitar distracciones que reduzcan nuestra concentración, el lugar de estudio debe estar aislado, libre de ruidos y sin elementos que puedan desviar nuestra atención. El momento del día que nos permita obtener mayor tranquilidad y  las horas en las que tengamos más facilidad de concentración marcarán el horario de estudio. 

El orden también nos ayudará a mantener centrada la atención. Antes de sentarnos a estudiar tenemos que preparar todo el material que necesitamos, así evitaremos levantarnos a por una regla, a los cinco minutos a por la calculadora, después a por el compás… porque así sólo conseguiremos perder el tiempo.

El mismo cansancio puede llevarnos a la distracción, por eso es recomendable establecer en nuestra planificación un tiempo de descanso que nos ayudará a despejar la mente. Si la falta de concentración es inevitable, cambiar de materia puede ser una buena alternativa.

En definitiva, a la hora de trabajar o estudiar nuestro objetivo será conseguir el máximo rendimiento invirtiendo  el mínimo esfuerzo posible. Por lo que la concentración se convierte en la clave para la consecución del éxito escolar.

miércoles, 21 de mayo de 2014

La atención es el verdadero secreto del aprendizaje




“Se distrae mucho en clase” o “no atiende” son frases que seguro habrás escuchado en alguna ocasión, ya sea refiriéndose a tu hijo/a o a un compañero o conocido. Y es que hoy en día el número de alumnos con déficit de atención, también conocido como TDA, es más elevado que hace unos años. Lo más llamativo es que el desinterés por las explicaciones de los docentes no siempre deriva de problemas de hiperactividad ni por discapacidades, sino que responde a un cambio en los hábitos de los menores.

La atención es una capacidad básica para desarrollar la mayoría de las tareas escolares que se puede reforzar y ejercitar a lo largo de los años y, en eso, los adultos jugamos un papel muy importante. Desde bien pequeños debemos inculcarles la necesidad de prestar atención a las explicaciones del profesor, ya que la carencia de ésta tiene una relación directa con el fracaso académico. Está comprobado que el déficit de atención puede frenar el aprendizaje y afectar al rendimiento de cursos posteriores.

Si bien es cierto que el TDA debe ser tratado por un especialista, los profesionales de la enseñanza podemos orientar, puesto que sus síntomas son fáciles de detectar. Facilidad de distracción, incapacidad para realizar tareas sencillas que perfectamente saben hacer o escasa asimilación de los contenidos tratados en clase son algunos de los síntomas del TDA. Pero  no solo eso, también derivado  de la facilidad de esparcimiento, se producen sucesivas interrupciones para realizar sus tareas levantándose continuamente de la silla, realizando evasiones mentales en el propio lugar de estudio y distracciones con cualquier objeto, así como finalización de los deberes a horas inadecuadas para su edad.

Si has visto retratada la imagen de tu hijo cuando describía los síntomas, no desesperes antes de tiempo, en tus manos está poner solución porque, tal y como comentaba al principio, la atención es algo que se puede mejorar si la ejercitamos y trabajamos días a día.  Por lo general, nuestros objetivos serán concienciarle de la necesidad de mejorar la atención en los estudios y no exigirle unas metas por encima de las capacidades. También mediremos los tiempos de atención para, poco a poco, ir incrementándolos; e intentaremos mejorar sus habilidades sociales como parte del proceso integrador y participativo. 

En lo que se refiere a las pautas, nuestro papel como padres pasa por explicarle detenidamente las tareas que debe realidad, con claridad y con un lenguaje directo, preciso y compuesto por frases cortas. Nosotros somos los que mejor conocemos a nuestro hijo/a y sabemos perfectamente qué es lo que le gusta, por eso, aprovecharemos sus intereses y motivaciones para desarrollar estrategias que se adapten a él.

Imaginemos que nuestro hijo/a se distrae con cualquier objeto que tiene a su alrededor, en ese caso, trataremos de orientar su mesa de trabajo de tal forma que focalice la atención únicamente hacia los libros. Intentaremos delimitar el campo de visión y eliminaremos todos los posibles objetos que le pueden llevar a la pérdida de atención. En el caso de que se eternice en las tareas, le seguiremos muy de cerca cuando trabaje en sus tareas diarias, fijando nuestras metas y aumentando su motivación para que siga trabajando.  Si lo que ocurre es que no presta atención a las explicaciones, podemos interactuar con el niño/a y buscar su participación, escuchándole atentamente y haciéndole sentirse importante; quizá los recursos visuales o cambiar la entonación nos ayuden en nuestra labor.

Y dicho esto, si tu hijo/a tiene déficit de atención ha llegado el momento de empezar a trabajar. Debes tener claro que no encontrarás los resultados de un día para otro, por eso debes armarte de paciencia y ser muy constante, los resultados llegarán a largo plazo y tu hijo forjará una base que le ayudará ahora y le acompañará en el futuro.